El majestuoso edificio neoclásico del Porfiriato que nunca vio su conclusión
El Porfiriato es el periodo histórico que dio paso a la modernización del México independiente, nación aún joven que buscaba hacerse de un sitio en la naturaleza geopolítica del mundo del siglo XIX. En Europa, el progreso estaba a la orden del día en todos los aspectos posibles, siendo Reino Unido la potencia del mundo occidental de entonces a la cual los países recién independizados de América buscaban imitar, siendo México y su presidente, el general Porfirio Diaz, quien vio en el estilo de vida europeo la clave para modernizar al país, o al menos a ese pequeño sector de la población que pudo disfrutar del cambio.
México pasaría de ser una nación en guerra y devastada por los conflictos internos y las intervenciones extranjeras a vivir una modernización orquestada por Diaz y la elite mexicana, que, si bien trajo desigualdad social, actualizó al país en muchos aspectos necesarios para dar a México la capacidad de ser reconocida como una nación capaz e independiente. La influencia europea, principalmente de Francia, sería un factor importante en la visión de Porfirio Díaz, siendo el aspecto arquitectónico tan importante como el industrial, por lo que México vivió un florecimiento en la arquitectura nacional fuertemente inspirada en las tendencias del viejo continente.
Glorificación del México independiente
La arquitectura del Porfiriato podría describirse como la glorificación de una nación fuerte e independiente, imagen que Diaz pretendía exponer ante el mundo del país a su cargo. Por ello, mucho de lo que se edificó e inclusive se restauró durante esta época de la historia busco exponer que México estaba a la altura de las circunstancias mundiales. Ejemplos de ello son los proyectos de Bellas Artes y el palacio Postal en la capital mexicana; la restauración de las pirámides de Teotihuacán buscando enaltecer el orgullo e identidad mexicana antes el mundo; y por supuesto la Columna de la Independencia, monumento inaugurado por Díaz en honor al centenario de la Independencia Mexicana.
Pero entre las obras que marcaron la arquitectura del Porfiriato, sobresale una que buscaba convertirse en la joya de la corona arquitectónica del Generalísimo, tan grande y magnífica que se colocaría a la altura de recintos como el capitolio Estadounidense o el Reichstag Alemán. Se trataba de la propuesta para el Palacio Legislativo, un edificio de enormes proporciones ubicado en lo que hoy se conoce como el Monumento a la Revolución, el cual, formó parte del concepto inicial y es la única estructura levantada del proyecto inicial, mismo que vio interrumpida su construcción tras el estallido y desarrollo de la Revolución Mexicana.
El Palacio inconcluso
Pero hablemos del proyecto original, aquel que iba a representar a la “democracia” del México independiente. El Palacio Legislativo fue una propuesta del entonces presidente Porfirio Díaz que buscaba reunir oficinas administrativas de gobierno y a la cámara de Diputados y de Senadores en su interior, dentro de un inmenso recinto de estilo neoclásico tan grande que abarcaría alrededor de los 14,000 m2. Si bien fue lanzada una convocatoria en 1897 para diseñar el edificio, ninguna de las propuestas recibidas fue seleccionada, por lo que el presidente le encomendara directamente al arquitecto francés Émile Bérnard el diseño del gran proyecto porfirista.
La primera piedra sería colocada en 1910 durante las celebraciones del centenario de la independencia, y la estructura comenzaría a tomar forma mediante el armazón de acero, siendo la estructura de la cúpula principal lo primero en destacar del majestuoso edificio legislativo. Entonces vendría el estallido revolucionario y las obras quedarían paralizadas para siempre. El acero utilizado para la estructura comenzaría a ser removido y utilizado en el conflicto como materia prima, quedando solamente la cúpula en el lugar de construcción. Tras el final de la guerra civil, Francisco I. Madero buscaría continuar el proyecto, pero tras su muerte, la edificación del Palacio jamás vería su conclusión, quedando archivado como uno de los proyectos arquitectónicos más prometedores jamás concluidos en la historia de México.
Lo que quedó: el Monumento a la Revolución
Irónicamente, los restos del Palacio Legislativo que nunca fue pasarían a ser utilizados con una nueva finalidad. La estructura sobreviviente al magno recinto serían rescatadas para dar lugar y forma a lo que hoy se conoce como el Monumento a la Revolución, uno de los mayores atractivos turísticos de la capital mexicana y sitio de encuentro histórico y social para los mexicanos, un perpetuo recordatorio de la rebelión armada que marcó la historia de México, y de lo que pudo haber sido el edificio más espléndido del México porfirista, que hoy solo queda en la memoria colectiva, en planos, ilustraciones y maquetas.
Diseño de esplendor
Inspirado fuertemente en la tendencia romántica europea del siglo XIX, el palacio legislativo de Bernard consistía en un recinto de planta cuadrada de grandes magnitudes. Una cúpula doble se alzaba al centro del edificio, coronada por una escultura dorada alusiva al símbolo nacional mexicano: un águila extendiendo sus alas. La fachada estaba diseñada en el mero estilo neoclásico, con columnas y una amplia escalinata de acceso, todo ello decorado con múltiples esculturas.
Sus interiores iban a albergar la Cámara de Diputados y la Cámara de Senadores, ambas diseñadas con gran esmero y esplendor. Los corredores, escaleras y otros salones llevarían el mismo estilo neoclásico de enormes proporciones, toda una sede palaciega que cumplía a la perfección la visión de Porfirio Díaz de un México capaz de igualar a las grandes potencias de Europa. Sin embargo, todo lo anterior jamás se vería completado, quedando de ello solamente planos y dibujos ilustrativos que hoy pueden ser apreciados en el museo que alberga el Monumento a la Revolución.
Admirar las maquetas e ilustraciones del Palacio Legislativo porfirista nos deja un triste sentimiento de saber lo que pudo haber sido semejante obra arquitectónica monumental. Sin duda alguna, contar con un edificio de ese estilo y funcionalidad habría sido como contar con nuestro propio Capitolio o Palacio de Westminster, un edificio de arquitectura magnífica del cual sólo nos queda imaginarlo llenando la inmensidad de la Plaza de la República. ¿Conocías esta historia detrás del icónico monumento revolucionario?