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El estilo de edificación de la monumentalidad y el concreto. 

 

La Segunda Guerra Mundial heredaría cientos de problemas a la sociedad occidental de mitad del siglo XX, principalmente a aquellos países que verían de primera mano el desastre del conflicto, y más aún, para las potencias perdedoras. Destrucción, hambre, enfermedad, deuda; los daños del conflicto armado más grande de la historia dejarían graves secuelas en la estructura de la civilización de occidente, teniendo como uno de sus principales exponentes el estilo arquitectónico que se desarrollaría en la década posterior, uno que evidenciaría la crisis económica existente para los países europeos y la necesidad de reconstruir a Europa con menos presupuesto.

Mientras Estados Unidos y los Aliados se repartían Alemania y disfrutaban de una época dorada de porvenir económico, Europa buscaba el camino para reconstruirse a sí misma rodeada de crisis y poco financiamiento… ah, y millones de personas a la espera de un hogar digno para vivir que no fuesen los escombros. Es aquí cuando surge un estilo arquitectónico tristemente asociado al totalitarismo de quienes lo adoptaron como suyo, y desprestigiado por su apariencia de poca ornamentación estética, pero que sirvió como forma de edificar en una época de crisis, siendo funcional, resistente y de grandes dimensiones.

Esto es el brutalismo, el estilo que se encargaría de reconstruir gran parte de la Europa dañada por la guerra, cuya apariencia de masificación y concreto poco apreciada en su época, hoy inspira a la arquitectura moderna, al diseño, al cine y la literatura. 

Masa y concreto

Tras el final de la SGM, Europa se ve en la necesidad de reconstruirse, esto a pesar de la carente falta de financiamiento para hacerlo de forma digna y con la urgencia de ofrecer techo a la población que heredaría la destrucción dejada por el Tercer Reich y los Aliados. Una forma de hacerlo, tal vez la más rápida y barata, fue mediante el uso del concreto, material sumamente resistente, que aplicado de forma bruta y sin ningún tipo de ornamentación o acabado, se convirtió en una excelente manera de construir las nuevas residencias y edificaciones de la Europa de posguerra de forma rápida y funcional.

Este estilo de grandes masas de hormigón sería bautizado como brutalismo debido a su apariencia final en bruto, mostrando el material protagonista, el concreto, de forma natural, brindando una apariencia de monumental tamaño, resistente, estructural y fría, esto último siendo uno de sus puntos desfavorables en una época de suma depresión para los países derrotados que se vieron en la necesidad de implementarla. Siendo un estilo barato, funcional, resistente y honesto, su popularidad estallaría en el dominio socialista de la Unión Soviética, siendo elegido cómo el estilo que ejemplificaba su utópica visión de ciudades para todos altamente resistentes, otro punto en contra de este espectacular estilo de construcción que lamentablemente pasaría a estar asociado el totalitarismo de los regímenes de mitad del siglo XX.

La honestidad del concreto

La aplicación cruda del concreto en este tipo de edificaciones lo convirtió en un material honesto que no necesitaba de ningún otro elemento no estructural para mostrar su utilidad ante la necesidad y la funcionalidad para su implementación, razón por la cual sería replicado a lo largo de las ciudades del viejo continente en múltiples formas y apariencias, todas ellas coincidiendo en el uso de la monumentalidad y la solidez de este estilo arquitectónico sinónimo de estructura y fuerza al servicio de la necesidad.

El protagonista definitivo sería el concreto, aplicado de forma predominante en todas las estructuras brutalistas, brindando un acabado gris, frío y crudo, un minimalismo colosal y pesado que hoy cautiva a expertos y aficionados de la profesión ante las ventajas que su naturaleza ofrece hoy en día contra la desbordante industrialización inmobiliaria. Sus formas sencillas y geométricas y su alta funcionalidad hacen del brutalismo un estilo vigente que salvó a la sociedad de la postguerra ofreciendo estructuras fuertes de forma ágil y sumamente barata, cuyo legado hoy es apreciable en gran parte del viejo continente, siendo sus principales bastiones las ex ciudades soviéticas que lo adoptaron como suyo en su momento.

Grandes edificaciones de colosal apariencia, construidas en concreto y metal con formas sólidas y de gran peso es lo que significó el brutalismo del siglo XX, una forma de edificar que cumplía con las necesidades urgentes de la época de construir de manera rápida y económica estructuras funcionales. Su apariencia de muros grises y acabados en hormigón puro contrastaron con el lujo y la modernidad con la que los países victoriosos al conflicto terminarían por implementar en sus ciudades, un claro ejemplo de la situación polarizada de la época, donde los ricos y victoriosos implementarían en Mid Century Modern, mientras que los derrotados en Europa se conformarán por habitar grandes complejos residenciales de concreto a modo de grandes bloques de hormigón, sin ornamentos, ajenos a la modernidad de los vencedores. 

Desprestigiado por sus contemporáneos por representar la resignación, la derrota, la austeridad, y en última instancia, al socialismo soviético, el brutalismo va más allá en términos arquitectónicos de lo que representó en su época. Su funcionalidad, accesibilidad, resistencia y poco requerimiento estético lo convierten en una opción vigente en una época donde la construcción mira hacia un minimalismo de fuertes estructuras donde la estética resulta ser el menor de los problemas ante un planeta que demanda hacer más con menos, y el concreto del brutalismo hoy brilla más que nunca.