El símbolo del progreso del porfiriato.
El gran boom industrial y de progreso que se vivió durante el porfiriato tiene sus orígenes con la expansión del ferrocarril en el país, transporte que movilizó la transformación del país en su era de mayor cambio y modernización. A pesar de su previa existencia en la joven nación independiente, el ferrocarril en México no vio su verdadero potencial hasta la administración de tres décadas del general Porfirio Díaz, en la cual fue explotado para conectar toda la extensión del país en la búsqueda de su modernización.
La llegada de capitales extranjeros al país favorecida por la administración de Díaz hizo posible la expansión del sistema ferroviario en el territorio mexicano, llevando consigo la industrialización tan necesaria en la época a cada rincón del país. De Norte a Sur y de costa a costa, México veía llegar el progreso del siglo XIX con el sonoro avance de las locomotoras, un medio de transporte que se convertiría rápidamente en el principal autor del cambio tan deseado de Porfirio Díaz y su gabinete.
Conectando a un país en transformación
El capital extranjero que trajo consigo la apertura al mundo occidental de Porfirio Díaz y su mano derecha, José Yves Limantour, su secretario de hacienda, permitió el crecimiento sin precedentes de las industrias en México. Metalurgia, telecomunicaciones, agricultura, comercio, textiles, y la importación y exportación de productos jamás tuvieron tanto protagonismo en la transformación de México hasta la llegada de un capitalismo voraz al territorio nacional.
Para dar abasto a esta nueva forma de progreso se necesitaba una forma de conectar al país con sus puertos y fronteras de cara a la apertura del México moderno en vísperas de un centenario inminente. Los ojos de Díaz y sus científicos verían entonces que la necesidad de explotar al máximo medio de transporte industrial de la época, el ferrocarril, era la única forma de mantener el ritmo de la modernización del siglo XIX, por lo que expandir las vías férreas de dicho transporte y modernizar su maquinaria era una completa prioridad.
Limantour sería uno de los autores del éxito de esta encomienda, elaborando un plan para lograr nacionalizar la industria ferroviaria y con ello garantizar la industrialización a lo largo y ancho del territorio mexicano.
Estallido revolucionario
El contraste social en el porfiriato era cada vez más evidente conforme se acercaba el centenario de la independencia en el país. Si por una parte México se modernizó con el ferrocarril como su gran protagonista, el país y su sector más popular se empobrece día con día. La revolución estaba a la vuelta de la esquina, y sin saberlo, Díaz, Limantour y todos sus científicos estaban facilitando el medio de transporte ideal para movilizar tropas y llevar el levantamiento armado a todo rincón del país, por lo que el ferrocarril sería partícipe del final del régimen porfirista, convirtiéndose tanto en un icono de su magnificencia como de su caída.
Con un sistema que recorría todo el país, la revolución aprovechó la conectividad férrea del territorio nacional para llevar el clamor insurgente a toda la ciudad de México. En la cúspide del progreso, el ferrocarril de pronto servía a los doblegados por el avance industrial del porfiriato, facilitando movilizaciones, transporte de armamento y recursos para seguir una lucha que manchaba las tan esperadas celebraciones del centenario y terminaría por expulsar a Díaz y su familia a su amada Francia. Este irónico desenlace marcaría la historia del ferrocarril en nuestro país, pasando de ser el instrumento del cambio y modernización a contribuir en la lucha por conseguir mejores condiciones sociales en un país caracterizado por la desigualdad.
Los años posteriores a la revolución y el avance del siglo XX traería consigo el cambio en la naturaleza ferroviaria de México, sirviendo al transporte de mercancías más que el de pasajeros, con lo que lentamente el ferrocarril perdería su importancia en la modernidad dando paso a otras formas de transporte como la aeronáutica y los vehículos motorizados bien entrado el siglo XX. Las locomotoras que hoy podemos contemplar en museos y fotografías fueron parte de la transformación más grande que el país vivió en los últimos siglos, llevando al México independiente a la cúspide de su potencial con su imparable y sonoro clamor de combustión y velocidad cuyos ecos aún resuenan en la historia.