La ciudad estadounidense que se vistió con el neoclásico para ser la capital del mundo moderno.
Roma, la ciudad eterna, ha sido desde hace mucho tiempo la metrópoli por excelencia, hermosa y perpetua, todo un símbolo de lo que una ciudad occidental debería ser, demostrando fuerza y cultura mediante el apoyo siempre fiel de la arquitectura a su servicio. Si bien las acrópolis griegas representan el nacimiento del orden arquitectónico clásico, no fue hasta que Roma explotó todo el potencial de los elementos clásicos para reafirmar su dominio sobre occidente, algo que cierta joven nación del nuevo mundo admiraba sobremanera.
La arquitectura clásica hizo lo suyo en su momento, inspirando a otras culturas a adoptar su estilo y transformarlo para enriquecerlo aún más. Y aunque esto sucedió hace ya muchos siglos, existe una ciudad que en pleno apogeo del revival neoclásico tomó como punto de partida e inspiración a la capital occidental por excelencia, Roma, buscando imitar la gloria imperial de antaño en pleno siglo XVIII y con miras a perpetuarse como la próxima capital del mundo moderno.
Nos referimos a Washington D.C., la imponente y controversial capital de los Estados Unidos de América, cuya fundación tiene una fuerte influencia romana clásica, que solamente se ve enriquecida por la batuta masónica que vio nacer a la nación de las barras y las estrellas, cuya capital sería fundada y edificada con la idea de convertirse en más que una capital en occidente, sino ser la nueva Roma de la era moderna. ¿Quieres conocer los detalles del porqué de todo esto? Sigue leyendo, Robert Landon.
Washington y su ciudad modelo
El padre fundador de la actual nación más poderosa del mundo tenía muy claras sus ideas respecto a la fundación de la capital de la joven nación independiente. George Washington era un masón declarado, cuyas ideas respecto a la construcción de una ciudad capital digna de su proyecto de estado deliraban con convertirla en la próxima Roma del mundo moderno. Colocando piedras aquí y allá en ceremonias públicas ataviado con la indumentaria de la Logia de Maryland, Washington comenzó la construcción del Distrito de Columbia, cuya arquitectura no sería nada menos que el revival neoclásico, conectando su visión directamente con la ciudad más importante del mundo antiguo en occidente, cuyas futuras edificaciones federales buscarían representar la gloria propia de la capital del nuevo mundo.
La edificación de Washington D.C., al menos la de sus edificios federales, se dio paulatinamente, cambiando de arquitectos cada tanto, pero manteniendo la visión francmasónica de los padres fundadores de convertirla en la gran capital del mundo del mañana, claramente, vestida con la arquitectura más gloriosa jamás concebida en occidente, y en tendencia en esa época, claro está. Con la arquitectura Neoclásica como estandarte, el trazado de las calles y avenidas principales se dio buscando exponer la belleza de una capital capaz de igualar a Roma en América, con monumentos y edificios de gobierno en todas partes, cuya arquitectura la convertiría en todo un santuario para los padre fundadores en un futuro no tan lejano.
Templos de libertad
Así como Grecia rindió culto a sus Dioses mediante grandes y hermosos templos, y Roma glorificó su Estado con una arquitectura monumental; Washington D.C. terminó por convertir el sueño del padre de la patria de convertir a la capital americana en una ciudad modelo, hermosa e imponente, poco más de dos siglos después de su fundación. Hoy en día, el distrito de Columbia expone sus edificios federales como si de Roma se tratase, blancos, enormes y poderosos, que reafirman que se trata de la capital de la nación líder del planeta, aquella que pregona libertad ante el mundo.
La arquitectura neoclásica de Washington nos recuerda la gloria de Roma, y lo que tal vez en su momento fueron las acrópolis de Grecia durante su apogeo, con edificios federales que parecen palacios de piedra blanca y cúpulas, memoriales que simulan ser templos propios de los líderes americanos del pasado, o monumentos que se alzan de forma mística con ese toque masón que toda la capital estadounidense posee.
Entre los recintos más destacables de la “Roma americana” se encuentra la sede del congreso estadounidense, el Capitolio, uno de los edificios más famosos de Washington, cuya imponente estructura y característica cúpula representan todo lo que la capital americana pretende ser. Arcos, columnas, construcción monumental, y una belleza arquitectónica tanto en exterior como en su interior hacen del Capitolio de los Estados Unidos la cúspide de la arquitectura neoclásica en América.
La residencia oficial del presidente de los Estados Unidos es otro edificio neoclásico que no solo engalana la avenida Pensilvania con una bonita fachada de columnas blancas, sino que representa el poder de la nación desde su fundación. Hogar de todos los presidentes desde Washington hasta nuestros días, la Casa Blanca no falla al continuar representando la belleza neoclásica del distrito capital, misma que se conecta con el resto de los edificios y monumentos mediante largos jardines y plazas que no hacen más que resaltar la perfecta planeación de la capital.
Y si buscamos una conexión directa con Grecia y Roma, bastará con mirar los monumentos y memoriales a los padres fundadores y uno de los presidentes más respetables de la historia estadounidense. El monumento a Jefferson así como el monumento a Lincoln nos demuestran la intención de los estadounidenses de mostrar a sus líderes como seres casi divinos, construyendo para ellos recintos que poco difieren de ser un templo griego. De piedra blanca, amplios salones, columnas custodiando el recinto y enormes estatuas, los monumentos son la declaración final de que Washington no bromeaba con convertir a su capital en un referente arquitectónico de gloria a su nación.
Pero todo esto maravilla con solo mirarlo de lejos, estar ahí de pie frente a estos recintos termina por confirmar que la capital de los Estados Unidos es un destino obligado para los amantes de la arquitectura neoclásica, la francmasonería, y aquellos que busquen maravillarse con la planificación de una capital perfectamente estructurada, trazada, construida y ornamentada.