Skip to main content

Símbolo ecléctico del servicio postal mexicano.

 

La Ciudad de México es una excelente coleccionista de arquitectura, que de manera un tanto involuntaria, ha logrado hacerse con edificios de todo tipo desde sus orígenes prehispánicos hasta nuestra actual modernidad llena de rascacielos al alza. Su centro histórico es un tesoro para los amantes de la arquitectura, expertos y aficionados que ven en sus calles un ir y venir de edificios de todo tipo y estilo, muchos de los cuales han logrado perdurar a pesar del imparable avance del cambio que en su camino lamentablemente se ha llevado otros compañeros de roca y cemento para dar lugar a espacios más modernos.

Por fortuna hoy grandes tesoros permanecen en pie a lo largo y ancho de la capital mexicana, siendo su centro histórico un museo arquitectónico sin igual donde destacan algunas de las mejores obras arquitectónicas concebidas durante una de las épocas de mayor progreso en la historia de nuestro país: el porfiriato. Porfirio Díaz quería hacer de la capital del país una ciudad a la altura del mundo moderno, digna de ser reconocida, visitada y habitada con la calidad que merecían sus habitantes, él uno de ellos, por lo que su determinación estaba más que asegurada a hacer de la CDMX una capital del mundo, y para ello, necesitaba edificios capaces de representarlo mediante sus funciones.

Grandes obras del porfiriato adornan hoy la capital, destacando el Palacio de Bellas Artes como el mayor logro arquitectónico de este periodo, a pesar de terminarse algunas décadas posteriores al régimen; pero existe un vecino de esta particular edificación que podría pasar inadvertido a ojos que no lo perciben y que desconocen las maravillas de su interior. Ubicado en la esquina de las calles Tacuba y Eje Central Lázaro Cárdenas en el centro histórico, el Palacio Postal, anteriormente conocido como la Quinta Casa de Correos, es otro de los vestigios del México del porfiriato, aquel pasado afrancesado del que solo quedan palacio como el que estamos apunto de conocer.

Servicio Postal in crescendo 

Ante la necesidad de dar abasto al incremento del servicio postal en el país durante su administración prolongada, Porfirio Díaz ordenó la creación de un recinto amplio y de magnífico diseño, como era habitual en su afán de hacer su París 2.0, para mejorar la nueva sede del servicio postal nacional. Para la encomienda, solicitó de nueva cuenta la mente arquitectónica de Adamo Boari, un italiano que ya había servido a los designios más visionarios del general Díaz, por lo que concebir un nuevo palacio a la altura de su vecino el teatro Nacional (hoy Bellas Artes) no debería significar ningún problema. Y no lo fue.

Boari diseñó un espléndido palacio de arquitectura ecléctica, que combinaba diversos elementos arquitectónicos para dar apariencia al edificio que hoy engalana la esquina de la Calle Tacuba en el centro histórico mediante su fachada de cantera Chiluca. La entonces conocida como Quinta Casa de correos al ser la quinta sede del servicio postal nacional, comenzó su construcción en 1902 como otro de los grandes proyectos que buscaban consolidar a la CDMX ante el mundo y conmemorar el centenario de la independencia con los logros arquitectónicos de Porfirio Díaz para la ciudad. Su conclusión se daría 5 años después, lográndose un edificio de espectacular apariencia exterior que resguardará el importante servicio de correos de la época en un palacio digno del porfiriato.

Palacio de bronce y mármol

El nombre por el que se le conoce hoy a la antigua sede del servicio postal le queda más que bien a la edificación concebida a principios del siglo XX. La Quinta Casa de correos realmente se convirtió en un palacio postal en todos los sentidos, con una fachada que advierte lo que resguarda su interior: una auténtica maravilla de oro y bronce. El hierro forjado decora todo el recinto de manera sublime, sosteniendo estructuras, marcando ventanillas de servicio, y claro, decorando la bella escalinata doble del hall principal, primer objeto en maravillar al acceder.

Su techo permite la entrada de la luz exterior mediante una bóveda de cristal opaco que mantiene siempre brillante e iluminado el lobby donde los colores bronce y dorados evidencian el increíble trabajo allí realizado. A su vez, el mármol reflejante da un toque especial y de estatus al recinto. Mucho del trabajo de herrería del lugar, del que destacan la escalinata, arcos y farolas, fueron realizados por Fundería Pignone desde Florencia, adquiriendo así un toque internacional para el palacio.

Una arquitectura magnífica poco vista en el país llegaba a la capital mexicana a deslumbrar los ojos de los capitalinos y de la alta sociedad mexicana, siendo su principal admirador el propio presidente quien ahora no tenía que viajar lejos al viejo continente para degustar de un trabajo arquitectónico y de interiorismo que solo Londres o París podían poseer. Visitar el Palacio Postal de la CDMX es toda una experiencia imperdible para quien deambule por sus calles en busca de la siguiente expresión arquitectónica que esta ciudad resguarda en cada rincón, siendo este tesoro de bronce, roca y cristal una maravilla a la espera de sus visitantes, con una historia que contar, pues, a pesar de que el correo ya no es lo mismo en nuestro país, su existencia ayudó a forjar el futuro de México, y su casa nacional es hoy un espacio digno de admirarse.