De fábrica cementera abandonada a taller arquitectónico brutalista.
El brutalismo en la arquitectura es hoy uno de los estilos del siglo pasado más atractivos para la labor moderna, destacando la crudeza de sus superficies ajenas de ornamentación y el monumental tamaño de sus instalaciones los elementos más destacables de un estilo que hoy obtiene un revival inesperado. Si bien gran parte del brutalismo del siglo pasado hoy se encuentra deteriorado o abandonado, destaca la aparición de maravillas brutalistas de lugares tan inesperados como el abandono de fábricas que hoy encuentran una segunda oportunidad de sobrevivir al paso del tiempo.
Tal es el caso de la hoy célebre Fábrica de Ricardo Bofill, arquitecto español que logró rescatar e intervenir una antigua fábrica cementera para convertirla en un talle/estudio arquitectónico de tintes brutalistas surreales, implementando toda clase de aditamentos para dotar al entorno de una segunda vida llena de vegetación, elementos industriales, y estructura de concreto tan altas como la visión misma de uno de los arquitectos más importantes de nuestros tiempos.
Bofill
Ricardo Bofill fue un arquitecto postmodernista español que marcó su estilo en la segunda mitad del siglo XX con su visionaria forma de concebir espacios de cara al cambio de siglo. En 1963 formó un grupo de profesionales conformado por arquitectos e ingenieros, pero también filósofos y sociólogos que ayudaron a formar lo que posteriormente sería conocido bajo el nombre de Ricardo Bofill taller Arquitectónico, el cual se encargó de concebir grandes edificaciones que contemplaron múltiples aspectos más allá de la labor meramente arquitectónica.
Su labor urbanística destacó en gran parte de Europa mediante su taller arquitectónico, destacando el pensamiento crítico en beneficio de la sociedad y el entorno urbano. En 1973 su trabajo arquitectónico lo llevaría a encontrar una cementera abandonada de formas tan atractivas como surrealistas, un lugar en abandono que lo capturó de forma inmediata y lo llevó a restaurarlo para convertirlo en la sede de su taller arquitectónico, un recinto que con un poco de intervención pasaría a convertirse en todo un complejo que hoy sigue maravillando por su propuesta arquitectónica brutalista.
La Fábrica
La famosa Fábrica de Bofill hoy es todo un ícono arquitectónico del rescate urbano, pues se trata de una restauración perfectamente intervenida que llevó a una antigua fábrica de cemento en completo abandono y deterioro a convertirse en un palacio brutalista lleno de vegetación y espacios dispuestos para un segundo uso destinado a la labor urbanística y arquitectónico del nuevo milenio. Encontrado en un estado de deterioro, con torres altas de concreto misteriosas, escaleras que subían a la nada y grandes cámaras y silos vacíos, Bofill vio la oportunidad de rehabilitar este espacio de manera magistral.
El evidente estilo brutalista rodea la sede del taller de Bofill, quien en vida usó el sitio como cuartel general de su firma arquitectónica, decorando mediante vegetación planeada, aditamentos industriales y revestimientos necesarios para que el lugar funcionase como un complejo moderno en medio de naturaleza, como un palacio de concreto digno de la fantasía más mística y surrealista. Basta con admirar los espacios que el legado de Bofill dejó en el lugar para conocer de cerca la experiencia de rescatar un entorno como aquel y dotarlo de una nueva oportunidad sin precedentes.
Bofill dejó el plano terrenal el año pasado, marchándose como uno de los genios hispanos de la arquitectura de nuestra era, cuyo legado hoy lo encabeza principalmente el que fuese su cuartel de ideas y proyectos, un palacio de cemento, vegetación y concreto de grandes proporciones que no hace más que evidenciar la visionaria propuesta del arquitecto español. La Fábrica de Ricardo Bofill es sin duda un recinto de ensueño, una catedral de la arquitectura brutalista que sin duda podría desbordar la creatividad de cualquiera que se adentrarse en sus salas, salones, oficinas y torres de forma mística.