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El revival arquitectónico que instauró en México la búsqueda de la ciencia y el estudio del ser humano tan característica del siglo XIX y del porfiriato.

 

México es reconocido como una nación con un amplio acervo arquitectónico que recopila diversos estilos de edificación de muchas épocas y periodos de la historia. Desde la arquitectura precolombina hasta la actualidad, la arquitectura en México se transforma, se adapta y reinventa la imagen en sus principales ciudades, siendo la clara protagonista dentro de este fenómeno su capital, la inmensa Ciudad de México. La ciudad que nació sobre las aguas de un lago hoy colecciona estilos arquitectónicos al por mayor, los cuales son vestigios de la historia misma de la nación y del mundo, evocando épocas y sucesos mediante sus edificaciones, y conectándonos con el pasado.

Teniendo en cuenta esta capacidad de la arquitectura mexicana para representar a la historia misma y perpetuarse mediante el trabajo arquitectónico, hoy hablaremos de un estilo en particular que marcó un renacer intelectual en el país en un siglo tan decisivo para México, cuyos elementos hoy revisten algunos de los edificios más emblemáticos de todo el país. Se trata del estilo Neoclásico, aquel que rescata los elementos de la antigüedad con una mirada enfocada hacia las ciencias y el conocimiento, donde el hombre pasaría a ser el centro de estudio universal, dejando atrás el dominio de la iglesia del barroco, la frivolidad del rococó, y siendo tal vez el último de los estilos arquitectónicos que buscó representar algo más que estética al entorno, sino ser la imagen de un boom intelectual y artístico en México.

Neo

El renacimiento de la arquitectura clásica, el estilo de edificación que fundamentaría la cultura occidental moderna, llegó en tiempos de grandes cambios históricos. El mundo se acercaba al siglo determinante para la civilización moderna, uno de grandes descubrimientos científicos y tecnológicos, de exploración y de búsqueda de conocimiento (y claro, de conflictos bélicos). Siendo este el contexto histórico de finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX en el mundo occidental, nos encontramos con la nueva inclinación humana de anteponer la razón y al ser humano mismo ante cualquier dogma religioso como ocurría con anterioridad bajo el dominio de la iglesia en Europa y sus colonias americanas. 

Esta realidad sería el detonante para buscar una imagen arquitectónica que representase el nuevo pensar racional de la humanidad de la época, una que buscaba la transformación sustentada, y como tal, sus ojos mirarían hacia los orígenes mismos de la búsqueda intelectual, aquella que podemos encontrar en la filosofía antigua de Grecia, encontrando en su arquitectura simétrica, rígida y funcional el elemento faltante para esta transformación colectiva. Independiente, firme y racional, la arquitectura clásica sería resucitada en pleno siglo XVIII para ser la imagen de un movimiento de ciencia y razón, luchando al mismo tiempo con el barroco tardío y el excesivamente ornamental rococó para instaurarse como el estilo arquitectónico de la época. Y, spoiler alert, lo lograría.

Imitación, simetría y rigidez

La arquitectura clásica se fundamenta bajo los principios básicos de Marco Vitruvio sobre la arquitectura: firmeza, utilidad y belleza, mismos que siguen y seguirán aplicando para la arquitectura de la modernidad. Siendo la arquitectura clásica al máximo expresión de edificación dedicada al entendimiento y no solamente a fines religiosos o elitistas, su revival neoclásico se convertiría en el estandarte de una era de modernidad científica e intelectual, teniendo su origen en Europa, principalmente el Francia donde dejó atrás al ornamental rococó, y llegaría a América para servir a las jóvenes naciones de la época independentista en el nuevo mundo. 

Su principal característica es su uniformidad contra el excesivo uso de elementos ornamentales de estilos anteriores a su llegada, buscando centrar su uso a un fin, si bien estético, más sobrio y en favor de rememorar las bases de la cultura occidental. En el neoclásico el ser humano, antes llamado “hombre” es el centro del universo y su estudio, por lo que el uso e implementación de este estilo se concentra en servir para albergar centros de estudio, aprendizaje, investigación y preservación cultural e intelectual, sirviendo también como un aliado del Estado para vestir sus edificios oficiales, como ocurrió principalmente en Estados Unidos, siendo su capital el principal exponente. 

México Neoclásico

Nuestro país no fue la excepción ante el arribo de este estilo al nuevo continente, trayendo consigo esta escuela europea de exploración y racionalidad propia del siglo XIX. Precisamente la llegada e implementación de este estilo en México tiene un protagonista, estudiado en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, quien, a su llegada a México, acompañado de otros profesionistas de la arquitectura, pintura y escultura, comenzaron la transformación neoclásica en nuestro país. 

Tolsá, arquitecto, ingeniero y escultor talentoso, representaría el apogeo del estilo en la capital mexicana aun bajo el dominio español, encargado de muchos de los proyectos urbanísticos, arquitectónicos y artísticos que darían imagen a la capital de la época y por los cuales pasaría a la historia arquitectónica del país. Destaca en su trabajo la labor urbanística en la Alameda Central capitalina, la finalización de los trabajos de la Catedral Metropolitana mediante sus emblemáticas esculturas sobre el reloj de la catedral, y tal vez su trabajo escultórico más famoso, la escultura ecuestre del rey Carlos IV frente al Palacio de Minería, oh si, otro de sus grandes logros arquitectónicos neoclásicos. 

Edificios y monumentos 

El talento neoclásico de Manuel Tolsá sentaría el camino para impulsar el estilo arquitectónico en todo el país a lo largo del siglo XIX, convirtiéndose en el estilo característico del porfiriato. Este estilo recopilar muchos recintos y monumentos neoclásicos a lo largo del país, destacando en la capital edificios como el ya mencionado Palacio de Minería o el monumento icónico de la Ciudad de México, el Ángel de la Independencia, columna que celebra el centenario de la independencia mexicana solicitado por Porfirio Diaz. 

Por su parte la ciudad de Guadalajara contaría con más recintos del estilo, entre los que destacan aún en la actualidad la imagen actual del Hospicio cabañas, cuyos planos son obra del propio Tolsá. El Teatro Degollado de la perla tapatío expone el neoclásico mediante su fachada que muestra el clásico frontón triangular columnado, misma imagen que se repite en la actual biblioteca iberoamericana Octavio Paz también en el centro histórico tapatío. Finalmente, la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres termina por convertir al centro de Guadalajara en un remanente del estilo neoclásico con este monumento compuesto de un anillo de columnas estriadas de cantera que rodean un pebetero al puro estilo de la Grecia clásica.

Cabe destacar que el neoclásico y el movimiento intelectual que acogió en sus edificios no habría sido posible sin la formación que la Academia de San Carlos ofreció a los profesionistas de la época, formando artistas, escultores y arquitectos dispuestos a transformar el país siguiendo la escuela de la razón e implementando el estilo que la representaba a lo largo y ancho del país. Muchos de estos recintos neoclásicos aún pueden verse en todo México, siendo fáciles de identificar, pues esas columnas, frontones triangulares y arcos romanos en México no podrían ser otra cosa que el magnífico estilo de las ciencias y las virtudes humanas, el neoclásico.