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Un monumento incómodo para los romanos.

 

Por Miguel Garfias

Roma se caracteriza por enorgullecerse de sí misma, de su pasado milenario y de los personajes que forjaron la grandeza de la ciudad y de la Italia misma a través de las eras. Una de las razones de tantos monumentos embellecidos por el arte a lo largo y ancho de la capital italiana se debe principalmente a esta naturaleza “nacionalista”, que incluso en tiempos modernos ajenos al renacimiento y la glorificación de la ciudad, aún persisten obras que magnifican a Roma en la modernidad más cercana, y el monumento sobre la colina Capitolina lo demuestra a la perfección. 

La Unificación Italiana tiene un monumento de enormes proporciones, fuertemente decorado y de belleza controversial, situado en la cima de Roma donde destaca en el panorama de manera tanto gloriosa como polémica, pues, si bien su arquitectura y composición no tienen comparación y mezclan la gloria clásica y renacentista de Roma en un solo ente monumental, también causa conflicto para los romanos locales que no terminan de ver con buenos ojos el altar nacionalista del siglo XIX. ¿Por qué? Hora de averiguarlo.

Unificación italiana

El siglo XIX en Europa se caracterizo por la ola nacionalista que el romanticismo trajo consigo, una tendencia que buscaba el enorgullecimiento de los ciudadanos por su identidad ante el mundo y su creciente industrialización y apertura a otros horizontes. No por nada las exposiciones universales proliferaron en gran parte del siglo XIX, donde las naciones proyectaron su cultura, tradiciones y patriotismo ante las naciones dispuestas a ser partícipes de esta convergencia universal de nacionalismos. 

Italia, por su parte, encontró en esta época el momento definitivo para consolidarse como una nación unificada, terminando con siglos de estados independientes como Florencia o Venecia, y unificando bajo una misma identidad itálica de orígenes romanos. El reino de Italia tendría como unificador a Víctor Manuel II, conocido como el “padre de la patria” quien impulsó la apertura de Italia ante el mundo moderno mediante la industria, la economía y el patriotismo, siendo excomulgado por la iglesia católica debido a su movimiento militar unificador.

Monumento a la unificación

A finales del siglo XIX, y con el nacionalismo a tope, justo antes de la llegada del fascismo a Europa, el gobierno italiano decide crear un monumento a la ubicación de los estados de la península itálica, con sede en la cima de la colina capitolina, coronando Roma con un monumento propio de la identidad italiana. Su autor sería Giussepe Sacconi, un arquitecto italiano cuya encomienda buscaba representar la identidad italiana y romana en todo sentido, dando como resultado el Altare della Patria, un coloso arquitectónico que mezcla la naturaleza clásica y renacentista de Roma en su colina más importante.

La controversia con este polémico monumento comienza con su ubicación, misma que ocasionó el derrumbe de una zona medieval en la cima de la colina Capitolina para poder colocar semejante masa de mármol blanco brillante. Si bien su diseño y composición de columnas, mármol, escalinatas y esculturas convergen en un verdadero homenaje a la historia italiana, para los locales no es del todo un deleite visual, siendo, para ellos, demasiado grande, pomposo e incluso un insulto a la arquitectura de la cittá eterna. 

Altar tardío

Si uno contempla por primera vez el monumento al primer rey de la Italia unificada, podrían pasar dos cosas: uno, quedar maravillado por su arquitectura y decoración, además de sus proporciones monumentales en la cima de Roma; o dos, ser detestado por resaltar de forma obligada en el panorama utópico de Roma, siendo una obra demasiado tardía para su época, esto en el sentido de que su tributo nacionalista y arquitectónico llegaría demasiado tarde para los gustos de los romanos y la modernidad, anteponiendo la historia a una nueva propuesta igualmente bella pero demasiado contemporánea o “artificial”.

Apodada como “pastel de bodas” o “máquina de escribir”, el Altare della Patria es hermoso, un homenaje excelente a la historia arquitectónica romana y la identidad italiana, que tal vez llegó demasiado tarde a la cima de roma, sintiéndose ajeno al resto del acervo cultural por su cercanía a tiempos más modernos. Además, resulta incomodo debido al uso que Mussolini y su fascismo le daría durante su régimen, convirtiendo de cierta manera al altar en un monumento a su ideología nacionalista extremista, algo que a los romanos no les gusta recordar, y, al igual que otras naciones con un pasado similar, hubiesen preferido eliminar de su arquitectura para siempre. Controversial o no, su arquitectura es destacable y un imperdible de la cuna de la cultura occidental.