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Un vestigio del México anterior a nuestra modernidad

 

Toda localidad mexicana, por más grande o pequeña que ésta sea, posea una plaza que funciona como punto de encuentro para sus habitantes, para deambular por ella, socializar, comercializar, inspirarse, distraerse, etc. Es algo tan propio del país como de gran parte de América latina pues se deriva de nuestra herencia hispana el tener un sitio donde dispersar la mente de lo que nos atarea. Grandes, de menor tamaño, adoquinadas, llenas de árboles, las plazas en México tienen muchas apariencias y diseños, pero de entre todas ellas destaca una, la propia madre de todas las plazas y parques públicos de todo el continente, la cual hoy es todo un ícono urbano de la Ciudad de México y fue la primer en su tipo naciendo hace más de 400 años.

Nos referimos a la Alameda Central, el parque público más antiguo de América y de nuestro país, una plaza pública que innovó en su naturaleza hace 4 siglos en la búsqueda de comenzar un trazado urbano de la capital de la Nueva España y otorgar a sus pobladores un lugar de esparcimiento digno. Con tantos años de historia, qué no nos puede contar la icónica Alameda Central capitalina, parque que ha visto pasar el tiempo desde los inicios del México colonial, de su independencia, del porfiriato y su revolución hasta llegar a nuestros días repletos de modernidad. Si sus bancas, árboles, fuentes, esculturas y monumentos hablaran, nos contarían lo que tal vez ya conocemos: que México es un país en constante y eterna transformación sociocultural.

El primer parque público de América

Las capitales y megalópolis del mundo están orgullosas de sus plazoletas y parques de renombre, dignos atractivos turísticos publicitados y constantemente renovados. El mexicano no necesita un central Park cuando tiene a su disposición al parque público más antiguo del continente, con tanta historia que hoy es un privilegio deambular por este museo al aire libre, cuyos rincones y elementos que lo conforman han sido parte del largo trayecto de transformación que caracteriza a nuestro país, principalmente a su capital.

Nacido de la necesidad de dar orden a la planificación de la Nueva España y otorgar a sus pobladores capitalinos un espacio para la vida social y el comercio, la Alameda Central nació en el siglo XVI inspirada en la Alameda de Hércules en Sevilla. Inaugurando una tradición que se replicará en todo el país y en América latina, la plaza se convertiría en parte de la identidad social de los capitalinos, siendo un punto de encuentro que trascendía el tiempo mismo. 

El paso del tiempo transformaría su composición y estilo, pasando de una época barroca hispana a una altamente influenciada por las tendencias europeas hasta llegar al México independiente, con lo cual la Alameda pasaría a ser la principal evidencia de la transformación del país tras cortar sus lazos con la corona española en el siglo XIX. 

Vestigio del cambio social

Para cuando nació la República, asistir a la alameda por las tardes y disfrutar su entorno ya era toda una tradición fuertemente arraigada en la vida de los capitalinos. Su arbolado y senderos fueron un digno punto de esparcimiento social incluso para la época difícil que significó la primera mitad del siglo XIX en el país, siendo entonces un símbolo de la vida en la capital de la nueva República independiente. 

Durante el segundo Imperio Mexicano, Maximiliano y Carlota buscan devolver su esplendor a una Alameda descuidada, intentando dotar del estilo parisino al parque público sin mucho éxito. Con Juárez en el poder, fue evidente ver como la Alameda se había convertido en un punto de celebración de eventos y tradiciones, siendo la principal plaza para conmemorar festividades y banquetes populares, mucho de ello derivado de las nuevas costumbres que la segunda mitad del siglo XIX trajo consigo a la capital mexicana.

Fue sin duda el porfiriato el periodo que dotaría a la Alameda Central de su esplendor, pues el afrancesamiento de la ciudad propiciado por el presidente Porfirio Díaz haría que el parque más importante de la Ciudad de México se convirtiese en un recinto digno de la vida aristocrática mexicana. Las tradiciones europeas de instalar circos, ferias, quioscos y otras formas de disfrutar al aire libre hicieron de la Alameda el espacio público favorito de la alta sociedad mexicana del porfiriato, quienes podían deambular por sus caminos al más puro estilo parisino y londinense. Y de cara a celebrar el centenario de independencia, Porfirio Díaz terminaría por coronar a la Alameda como el parque público favorito de su administración mediante la construcción del hoy hemiciclo a Juárez, uno de sus grandes atractivos visuales y arquitectónicos contemporáneos. 

Modernidad

Hoy, la Alameda es un punto de encuentro orgullosamente chilango, donde no solamente convergen capitalinos, provincianos y extranjeros, sino que mantiene viva la tradición de reunir a todo mexicano bajo sus árboles en pleno corazón de nuestra historia. Con un palacio de mármol al este, museos e iglesias al Norte y a la distancia la modernidad representada por la torre Latinoamericana, la Alameda Central no le debe nada a ninguna otra plaza pública del mundo, pues es, por sí sola, parte de la identidad capitalina y de la historia misma de México. Repleta de esculturas que plasman la cultura del país, de árboles de todo tipo ofreciendo su sombra al local y extranjero y ofreciendo un punto de encuentro céntrico para todo habitante de la CDMX, la Alameda representa la naturaleza del mexicano: acoger a cualquiera que lo necesite y ofrecer un hogar seas o no nacido en nuestra tierra.