Skip to main content

Fuente de vida para la ciudad de Roma.

 

Por Miguel Garfias

Las ciudades europeas se caracterizan por contar con alguna fuente fluvial como parte de su composición urbana, destacando capitales como Londres y el Támesis, París y el Sena,  Berlín y el Spree, y claro, Roma y el Tíber, siendo este último parte de la fundación del mito romano sobre su fundación tanto como en la transformación de la legendaria ciudad eterna. Si en algo estamos de acuerdo, es que los canales de agua contribuyen en gran medida a determinar los asentamientos humanos y su futuro desarrollo y crecimiento, siendo el Tíber un detonante del desarrollo civilizado de los valles romanos, cuya fuente de líquido vital determina la grandeza de Roma y el establecimiento de una capital imperial y futura capital del arte y la cultura occidental.

El Tíber, fuente inagotable de agua pura (al menos en el pasado antiguo) significó el punto de partida para los romanos de la antigüedad para comenzar la milenaria travesía de su ciudad, utilizando el cauce del río proveniente de los Apeninos para fundar una ciudad como ninguna. El tiempo daría la razón a Roma al decidir erigir la cuna de la civilización occidental a orillas de este río, pues mediante este Roma crecieron en tamaño, emprendería el comercio y la comunicaciones, y aprovecharía la prosperidad que dicha fuente inagotable de agua tenía para ofrecer a la capital de la república, del imperio, y a la cuna indiscutible del renacimiento.

Los orígenes de Roma

Para los asentamientos humanos de la antigüedad, el contar con un recurso acuífero es esencial para garantizar la supervivencia de la comunidad. Ya sea a orillas del mar, de un lago, o en este caso, de un río, los asentamientos tienen más oportunidad de prevalecer en el tiempo contando con una fuente de tan vital recurso que sirva como punto de partida para crecer a su alrededor una comunidad próspera. No por nada las capitales de Europa ven pasar entre sus calles las aguas de alguno de los grandes ríos del continente, pues, tal como lo haría Roma, el río significa vida, transporte, comunicación, comercio, y prosperidad.

Los orígenes de Roma se remontan al mito de Rómulo y Remo, hermanos a los que se les atribuye la fundación del primer reino romano. La leyenda de su aparición en el territorio que hoy conocemos como Roma incluye el “cameo” del propio Tíber, siendo el río que transporta mediante sus aguas el canasto donde los hermanos serían encontrados y amamantados por la loba Luperca. Más allá del mito y la tradición romana, el Tíber si sería importante para la fundación de la ciudad, siendo su cauce y las múltiples virtudes de contar con sus aguas a su favor los motivos por los cuales Roma adoptaría su paso como propio y haría del Tíber su más importante vía de comunicación.

Río virtuoso

En la Roma antigua,  el Tíber contribuyó en gran medida al crecimiento próspero de la República mediante el comercio y el transporte marítimo, posteriormente utilizado como vía fluvial para la maquinaria militar del Imperio y su expansión por la península itálica. Su existencia en medio de la ciudad daría origen a la innovación arquitectónica con la construcción de puentes a lo largo de su extensión, unos cada vez más modernos que otros. Podríamos asegurar que sin el Tíber, el desarrollo romano sería uno muy diferente al que conocemos históricamente, pues sus virtudes comerciales, de comunicación, y como suministro de agua verdaderamente alimentado, garantiza un futuro próspero para los romanos.

La historia romana describe para el Tíber múltiples intervenciones en su anchura, curso, e inclusive buscan evitar inundaciones y llevarlo a voluntad del ingenio romano. Por ello, sabemos que su curso actual no siempre fue el mismo, siendo su ubicación contemporánea el fruto de la ingeniería hidráulica romana, capaz de modificar a tan impresionante monstruo de agua según el pueblo lo necesitase. Con el paso del tiempo, a su camino no quedó más que embellecerlo, siendo sus puertos, puentes y su actual lungotevere, proyectos dignos del arte renacentista y barroco que no hicieron más que sumar a la belleza de sus aguas, orillas verdes arboladas, y esculturas dignas de la ciudad eterna.

Roma necesitó de un río de enorme magnitud para alcanzar la gloria con la que pasó a la historia, por lo que es imposible no hablar del Tíber cuando hablamos y elogiamos la grandeza romana de la antigüedad. Hoy podemos disfrutar de los frutos de esta milenaria mancuerna en la utópica vista que nos ofrece Roma desde cualquier rincón, confirmando que para visualizar una ciudad hermosa y perfecta no es necesario recurrir a la imaginación, sino observar la ciudad que se expando a orillas de las tranquilas aguas del Tíber.