La delirante arquitectura que buscaba representar un imperio fascista durante mil años.
El Tercer Reich, el régimen totalitario y delirante que llevó al mundo a la Segunda Guerra Mundial, no solamente se caracterizó por sus horribles crímenes de guerra o su destructiva forma de compartir su “grandeza” con el mundo, sino que es recordado por un elemento en particular con el que su líder, Adolf Hitler, buscó dejar huella en el próximo nuevo mundo, aquel que surgiría de la victoria de la Alemania Nacionalsocialista sobre todos una vez ganada la guerra y el Reich se estableciera por mil años, si, mil años.
Este elemento se implementó tan pronto el Führer se convirtió en el líder de aquella Alemania y dio rienda suelta a sus delirios más totalitarios, aquellos que añoraban la gloria de la Roma Imperial y buscaban inventar una conexión directa para así justificar el revival monumental que poco a poco comenzó a implementar en su dominio, muchos años antes de desatar el conflicto armado más grande de la historia.
De entrada, este preámbulo ya es aterrador, pero debemos aclarar que no se trata del Holocausto, sino de la propia arquitectura con la que Hitler y sus arquitectos personales ya decoraban un imperio fascista que desataría horrores eventualmente en el futuro, pero que para el mundo entreguerras fue objeto de admiración y claro, preocupación. La arquitectura fue el arma que Hitler utilizó para demostrar su poder ante el pueblo alemán e intimidar a sus enemigos, misma que buscaba revestir el Reich intentando imitar la gloria del imperio romano y sustentar el origen glorioso de la llamada “raza aria”. Pero sin entrar tanto en la complejo y retorcida política Nazi, hoy hablaremos de la arquitectura de este régimen, un estilo del que poco se habla por obvias razones, pero que nos acerca mediante la visión arquitectónica de sus autores a entender un poco más las intenciones de esta dictadura tan controversial en la actualidad.
Una arquitectura milenaria
El Führer declaraba que su proyecto de nación duraría mil años, y como tal, necesitaba una arquitectura que representara tanto la grandeza del Reich como la solidez con la que este se perpetuara por tanto tiempo. El austriaco estaba obsesionado con el Imperio Romano, buscando simular su alcance y su estética, pues aseguraba que la Roma Imperial era un “régimen ario primigenio”, esto es, que el origen de su mitología supremacista alemana tenía un origen mismo en la Roma antigua, y, por ende, debía usar su arquitectura para representar su propio proyecto imperial.
Con la ayuda de sus arquitectos cercanos, Hitler concebiría su propio revival neoclásico romano, mezclándolo con formas dignas del Art Déco, algo que después algunos llamarían Deco sobrio. Lo que se esperaría de un experimento arquitectónico fascista y delirante como este sería una monstruosidad, pero contrario a ello, Albert Speer, el arquitecto favorito del Führer, lograría concebir algo tan impresionante tanto como atemorizante.
Colosal, simbólico y en piedra
La visión arquitectónica de Speer enamoraba al Führer pues cumplía a la perfección con lo que este último quería para reconstruir Alemania, y eventualmente, el mundo entero. La nueva arquitectura del Reich rescataba elementos clásicos, como las columnas, los dinteles, las esculturas perfectas, y claro, el uso de piedra para su edificación; pero había algo más, algo que terminaba por identificarla con el sello del régimen fascista alemán: su tamaño. Roma era grande, pero el Reich pretendía serlo aún más. Teniendo esto como premisa, Speer emprendió la tarea de concebir los edificios más colosales e intimidantes para el culto a su líder y al partido, embellecidos solamente con los símbolos dorados del Reich y sus banderas rojas ondeando sobre piedra blanca y columnas por doquier.
La arquitectura del Tercer Reich serviría para la teatralidad del régimen, para promover su ideal y simbolismo y propagar un discurso de superioridad una y otra vez, esta vez ya no de la boca desgastada de su líder, sino de la roca y la monumentalidad de sus nuevos edificios. Nos gustaría decir que Hitler y Speer tomaron la arquitectura romana clásica y la corrompieron con sus manos desquiciadas y totalitaristas, pero esto no ocurrió así, pues, si bien no surgió algo más bello de este revival retorcido, si se produjo algo realmente funcional para sus autores: una arquitectura que mediante sus elementos proyectaba el ideal del Reich con tan solo observar, un logro único.
La arquitectura del Reich debía ser colosal, enorme e intimidante, estableciendo un punto claro para sus compatriotas y los enemigos allá afuera. Debía enaltecer la gloria de la raza aria mediante su simbología, exponiendo el águila dorada, la esvástica y las esculturas del hombre ario perfecto a modo de decoración, pero siempre de forma mínima. Las líneas rectas, largas y sólidas otorgaban esa firmeza que debía representar la edificación de un imperio milenario. Mientras que la roca se convirtió en el material perfecto para construir todo lo anterior, lejos del moderno metal y el cristal de la Bauhaus que Hitler tanto odiaba. Tal vez el máximo exponente de la arquitectura del Reich, o al menos aquel que estableció ante el mundo la nueva imagen de la Alemania de Hitler, fue su pabellón en la exposición internacional de París de 1937, una obra del propio Speer que reunía todo: monumental, rígida, romana y de piedra, y por supuesto, coronada por un águila dorada y la esvástica.
Recintos del Reich
La visión arquitectónica de Hitler y de Speer logró concebir algunos edificios a lo largo de Alemania, entre los que destacan el Estadio Olímpico de Berlín, sede de los Juegos Olímpicos de 1936 (la versión Nazi del coliseo romano); el antiguo aeropuerto de Berlín-Tempelhof (el más grande en su momento); y los vestigios del Campo Zeppelin, el gran complejo construido y dedicado al culto partidista Nazi y a su líder, del cual hoy, solo queda una estructura abandonada y un mal recuerdo.
Pero dentro de toda esta visión arquitectónica se esconde un proyecto tan impresionante como verdaderamente atemorizante, una reconstrucción con la cual Hitler buscaba reconstruir Berlín una vez ganada la guerra y convertirla en la capital del Reich y del mundo. Se trató del Welthauptstadt Germania, traducido como “Capital Mundial Germania”, tal vez el proyecto urbanístico más ambicioso y desquiciado de Hitler y su arquitecto secuaz, el cual planteaba la reedificación de la capital alemana donde la nueva arquitectura del Reich, monumental y de piedra, lo transformaría todo. La joya de la corona de este proyecto es el Volkshalle, una gran cúpula de granito blanco que pretendía ser la cúpula más alta del mundo, en la cual, el culto al nacionalsocialismo tendría su máxima expresión (el Panteón romano versión Hitler/Speer).
Por “fortuna” los últimos planes del Reich nunca llegaron a efectuarse, por lo que este proyecto solo quedó establecido en planos, maquetas, y actualmente, en una serie de Prime Video (The Man in The High Castle) que muestra cómo sería Berlín y el mundo si Hitler y sus compinches hubiesen ganado la guerra. En términos generales, la arquitectura del Tercer Reich es un estilo que poco a poco adquiere relevancia en nuestros días, después de haber pasado décadas como un tema tabú, esto no con la finalidad de promover los ideales irracionales del régimen fascista de Hitler, sino para analizar el poder que tiene el elemento arquitectónico en la transformación social y política en la historia.